lunes, 6 de junio de 2011

DIFERENCIAS ENTRE PERIODISTAS, COMENTARISTAS Y CHARLATANES.


Periodista: Persona legalmente autorizada para ejercer el periodismo. Persona profesional dedicada en un periódico o en un medio audiovisual a tareas literarias o gráficas de información o de creación de opinión.

Comentarista: Persona que escribe comentarios. Persona que comenta regularmente noticias por lo general de actualidad, en los medios de comunicación.

Charlatán, na: Que habla mucho y sin sustancia. Hablador indiscreto; embaucador.

     Las anteriores definiciones las hace el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y es necesario consignarlas, para despejar confusiones sembradas, precisamente, por el aventurerismo de quienes encuentran en la usurpación de títulos, abrogarse etiquetas que no les pertenecen. Que rico sabe graduarse de “licenciado en nada sé” y que el paracaídas te tire en un medio. Por eso muchos lucran fácilmente aprovechando la coyuntura que les presta una sociedad respetuosa del libre albedrío de la ciudadanía.

     Es el Periodismo, quizás, la profesión que mayor sufre los embates de quienes lo miran como la panacea  del oportunismo, en un clima de corrupción generalizada que caracteriza el sistema que padecemos al que, eufemísticamente, llaman “democrático”. Si los médicos tienen que someterse a largos períodos de formación académica mediante el estudio de una exigente disciplina, pocos se arriesgan a asumir togas doctorales cuando ni siquiera pueden aspirar a curanderos. En el Derecho hace ya muchos años que los tinterillos dejaron de ufanarse como expertos en temas jurídicos porque surgieron nuevas normas que exigen idoneidad.

     Desgraciadamente en nuestro país, la lucha por una Ley que regulara el ejercicio de la profesión, que se logró cuando en la década del 70 el Sindicato de Periodistas de Panamá lanzó el reto durante la jefatura de gobierno del  General Omar Torrijos Herrera, se esfumó irónicamente bajo la administración de su hijo Martín.  El vástago de Omar no resistió la presión, o quiso ser complaciente con los amos del poder mediático y la miopía de algunos trabajadores de esta rama, que manipularon a la opinión pública pintando como “ley mordaza”, la excerta legal para que  los profesionales de la pluma tuvieran acceso a la calificación como tales. Así como están regulados los ejercicios de otras profesiones, igualmente los periodistas son dignos de esos derechos. Y eso no es harina de otro costal, es un caso pendiente de solución y un desafío que tienen que plantearse las presentes y futuras generaciones.

     No es lo mismo sentarse hoy frente a una computadora, ayer máquina de escribir, y dejar plasmado en papel el trabajo periodístico, que acercarse a un micrófono de radio o televisión y deportivamente lanzar al aire lo que el diccionario describe como “hablar mucho y sin sustancia”, al aludir a la charlatanería que inunda el espacio de nuestra subdesarrollada realidad. Con varias universidades a lo largo y ancho del país cuyas escuelas desde hace varias décadas vienen formando periodistas, mantener este status quo decadente es frenar la superación cultural de la sociedad.

     Da lástima ver a personalidades comparecer a estos programas y recibir ellos, y el público receptor, el irrespeto de los impostores que le roban protagonismo porque no los dejan hablar. El idóneo sabe entrevistar, pero sobre todo escuchar, el charlatán desconoce cómo hacerlo.

      Los medios escritos parecen tener más escrúpulos a la hora de aceptar colaboraciones de ciudadanos que sin ser trabajadores del periodismo tienen perfecto derecho a expresar sus opiniones. Se trata de personas con el bagaje cultural que les da esa autoridad para transmitir a sus lectores el mensaje constructivo. Aunque en la radio y televisión también incursionan elementos con aptitudes y conocimientos que los califican para estos menesteres, sí se nota en mayor grado esta carencia de criterios para limitar el acceso a la masividad mediática, de verdaderos improvisados que hacen gala de su mediocridad.

     Mientras más alto vociferan algunos que se auto consideran “periodistas”, sin serlo, los auténticos transitan sin petulancia junto a sus semejantes. La modestia y el dominio de los temas que tratan con seriedad, no dan paso al parloteo de pericos y las risotadas estentóreas, que son la nota distintiva de los tinglados verbales en que se fajan a diario aquellos que disfrazan como “humor” sus notorias limitaciones. Allí radican las diferencias entre los periodistas capacitados, y los supuestos comentaristas y charlatanes que embaucan a la radio y tele audiencias nacionales.