lunes, 27 de diciembre de 2010

LOS FUEGOS ARTIFICIALES Y FATUOS DEL DISCURSO DE LOS ECONOMISTAS

    por Euclides Fuentes Arroyo 

 El brillo multicolor de los fuegos artificiales que por apenas unos cuantos segundos fascina a los ojos de los humanos en días festivos, es similar al discurso de casi todos los economistas del neoliberalismo que a diario nos hablan de un crecimiento económico que nunca podrán palpar nuestros pueblos depauperados por el sistema que los agobia.
    Recientemente volvimos a toparnos con la exageración de estas fantásticas teorías, esbozada por un conferencista sudamericano invitado a “ilustrar” a periodistas sobre temas tan áridos y controvertidos como la cuestión  económica y, de paso, las amenazas y retos de la libertad de expresión. Con aire doctoral para una audiencia cautiva en los eufemismos del lenguaje del experto economista,  afirmó que la pobreza ha disminuido en los últimos años porque estamos siendo testigos del crecimiento económico en casi todos los países del subcontinente. Pero, “crecimiento económico” para quien, preguntó atinadamente un colega  señalando que en las calles el aumento que se nota es el de la actividad informal porque cada día asciende el número de menesterosos y personas que tienen que vender algo para obtener el pan nuestro de cada día embaucando a veces a un consumidor intemperante.
    Depende de cómo mire usted el vaso, respondió el economista, usted puede verlo medio lleno, o medio vacío pero las estadísticas así le demuestran, que sí hay tal cosa. El cielo iluminado por fuegos artificiales vino a mi mente. Es real que crecen las cuentas bancarias, por ende el aumento económico, no de las grandes masas de ciudadanos faltos de recursos, sino de una élite minoritaria que tiene el potencial para invertir en la apertura de negocios, en expandir sus empresas financieras, bancarias, aseguradoras y que pintan el panorama del boom de la construcción con su proliferación de rascacielos.
    Si bien es cierto que este auge económico se traduce en mayor número de plazas de trabajo para el hombre de a pie y en consecuencia hay niveles de reducción de la pobreza, es justo reconocer que la pésima distribución de esa riqueza no produce  equilibrio  entre los pocos que tienen mucho, muchísimo, y los muchísimos que tienen poco o  nada.  Se multiplican los edificios gigantescos y las exclusivas barriadas de mansiones fastuosas, que han empujado a una golpeada clase media a vender sus propiedades y desplazarse hacia las nuevas barriadas marginales al este y oeste de la provincia de Panamá. Ya su poder adquisitivo ha sido mermado por la carga impositiva que a partir del año 2,009 puso sobre sus hombros una administración elogio de la locura.  El censo de población tan pésimamente realizado que no se conoce  cuantos habitantes tiene Panamá, no deja saber el número de pobladores y su realidad en materia de haberes y carestías. Se pasa por alto que es, precisamente, la gente más humilde la que cada día se llena más de hijos pues no hay ninguna política estatal que regule el desajuste social No hay la menor consideración con un sector importante de la sociedad, los jubilados, que justamente en el último año ven reducido su ingreso como tales, gracias a las medidas tributarias que hicieron recaer sobre las mayorías el pago de impuestos que, claro está, sí pueden pagar los siempre ricos y los nuevos multimillonarios del régimen que impuso la nefasta moda de las contrataciones directas y la eliminación del control previo. Como si fuera poco una deficiente administración del ente de  seguridad social obliga  a la ciudadanía a gastar lo que no tiene porque no hay ni medicamentos y mucho menos una adecuada atención a los que desdichadamente enferman. Esto se debe a que su Gerencia está pendiente no del servicio honesto a la población, sino de donde pueden salir negociados como la compra de corredores con el dinero de los asegurados o la adquisición de vehículos costosos e innecesarios, amén de lo que pueda resultar de la computarización.

     Me dice un entrañable amigo que analiza que ese “crecimiento” del que nos hablan con no disimulado entusiasmo los tecnócratas del capitalismo salvaje, es como cuando usted siembra un árbol y al verlo crecer nota que el tronco está abultándose pero que las ramas flacas se doblan hacia el suelo.  La savia que nutre la planta sólo alimenta al tronco y todo el ramaje carece de ese nutriente para fortalecerse. Así señala, gráficamente, la mentira piadosa de quienes pretenden embaucarnos con la terminología engañosa del discurso economicista.