martes, 22 de marzo de 2011

DE TRAIDORES, CORRUPTORES Y DELINCUENTES


Por Euclides Fuentes Arroyo      
Confesión de un torturador blanco durante el apartheid en Sud Africa, en los juicios impulsados por la Comisión de la Verdadla Reconciliación, en la patria de Nelson Mandela: 

“Los mejores asesinos eran los negros guerrilleros porque los golpeaban hasta quebrarlos y obligarlos a traicionar a sus compañeros. Los delataban y la traición los hacía despreciarse y odiarse a sí mismo y por ende odiar a los demás”.

      Lo anterior es parte de una escena de la película “En mi tierra”, basada en hechos reales, protagonizada por Samuel Jackson y Juliette Bichete. Me vino enseguida a la memoria  el domingo 13 de febrero de este año, cuando junto al hermano Galo Älvarez entraba a la Escuela Venezuela al Congreso Nacional Extraordinario del Partido Revolucionario Democrático y nos topamos con un diputado que durante más de cuatro períodos disfruta la curul alcanzada en la papeleta de ese colectivo por Colón. Cuando Galo le preguntó acerca de los insistentes rumores de su transfuguismo hacia el gobierno le escuché decir algo así como….”primero muerto o dejo de ser hombre”

      La captura de guerrilleros sudafricanos para torturarlos sin misericordia y obligarlos a colaborar con el represivo apartheid, guarda similitud con  quienes traicionan a sus  partidos, de alianza o de oposición. No solo es perfidia hacia el organismo para el cual militaron sino que alcanza a los electores que creyeron defenderían sus intereses y no ambiciones personales. Esa actitud obedece, en el específico caso de varios de ellos, al natural instinto de conservación. 

Conscientes de ser sujetos de proceso por conductas rayanas en el delito, aceptan el chantaje y mejor si se les regala dinero inmerecido.

      Un gobierno por razones éticas debe dar el ejemplo y ceñirse al estricto cumplimiento de las leyes en materia de protección de los dineros del Estado. En consecuencia lo que cabe es perseguir de oficio las malas prácticas y no erigirse en cómplice de las mismas. Tenderles una tabla de salvación es una inmoralidad mayúscula. Si hubiese el propósito de salvaguardar la institucionalidad se procuraría garantizar que no alcance la prescripción  para quien yerre de esa manera.  

En vez de castigar con la cárcel a los corruptos, se premia la felonía con una patente de corso para perpetuar burlonamente la caricatura de un sistema cínicamente llamado “democracia”.

      Estamos frente a un panorama absolutamente vergonzoso y nada edificante para las nuevas generaciones que ven como se prostituyen las instancias de representación popular.  Tan deplorable y condenable es quien traiciona, como quien compra conciencias; y como aluden a los cuatreros en una provincia panameña, “tan culpable es quien se roba la vaca, como aquel que le “encutarra” la pata”. Dicen que no existe mayor dolor que el deshonor. Siento lástima por los  auto deshonrados porque saben que los hombres decentes devolverán su saludo, pues lo cortés no quita lo valiente. 

Intuyen que la sociedad los desprecia y están condenados a vivir con ese estigma hasta el día de su deceso. Son elementos política y socialmente muertos en vida.

       Los partidos para postular aspirantes debieran  tomar en cuenta más que la solvencia económica, el status moral pues en gran medida algunos que exhiben  riqueza no pueden justificarla porque son dineros mal habidos.