viernes, 17 de agosto de 2012


Asamblea sin honor II
EUCLIDES FUENTES ARROYO
 
2012-08-17 — 12:00:00 AM — En artículo anterior publicado por La Estrella de Panamá el domingo 5 de agosto, hacía alusión al descrédito de un cuerpo legislativo que, en mi más de medio siglo de vida, registra su mayor desprestigio. Si reconocemos que no todos sus integrantes están inmersos en la corrupción, hemos de admitir que la percepción ciudadana es que se trata de una especie de cueva de Ali Baba con más de 40 ladrones, al extremo que voces radicales han acuñado el calificativo de ‘legisladrones’.

Ya circula por Internet un llamado para emprender una campaña de adecentamiento, que sugiere reducir a niveles justos el salario de excesivos miles de dólares que pagan los contribuyentes a los diputados, todos los meses, así como eliminar una serie de viáticos y privilegios en forma de exoneraciones inmerecidas, porque es nulo el trabajo que realizan, al darse una desigualdad no admitida constitucionalmente.

A finales de la década del ‘50 e inicios del ‘60 solía frecuentar las graderías del Palacio Justo Arosemena a la hora de salida del Instituto Nacional, y luego cuando en mis inicios como periodista se me asignó la cobertura de los debates parlamentarios.

Comparar la categoría de aquellos diputados con los que en los últimos años ocupan tales curules, resulta una tarea dolorosa por la degradación del talante del presente en relación con el pasado. No hay parangón posible entre la elocuencia jurídica de un Jacinto (Chinto) López y León, la puntería verbal de Harmodio Arosemena Forte, el flechazo revolucionario de Thelma King, Carlos Iván Zúñiga o Virgilio Schuverer, la ironía de Mario J. de Obaldía, el lenguaje sencillo y popular de Papi Bustamante, José Pablo Ramos, la seriedad de Jorge Rubén Rosas, Rafael Grajales, Nicanor (Chungo) Villaláz, José Pablo Velásquez y otros que escapan a la memoria, y quienes hoy ganan notoriedad mostrando, muertos de la risa, los billetes del soborno o profiriendo denuestos contra el hombre de a pie que condena su indignidad y su transfuguismo, y el trocar la toga de legislador por la indumentaria circense.

Oradores de gobierno y oposición ejemplos de mesura y educación, con un mensaje de progreso y voluntad por trabajar por su pueblo en leyes como la de Rigoberto Paredes, para atenuar la rigurosa carestía de las magras jubilaciones con descuentos importantes para mujeres y hombres de la tercera edad. Contrastan estos esfuerzos con el afán de los que en las actuales circunstancias de encarecimiento de la vida, exhiben preocupación por hacer más ricos a los multimillonarios, mientras condenan de hambre a un pueblo cuyo menú diario es arroz con huevo y los domingos, de a vaina puede variar la dieta del arroz ‘pelao’ con un enlatado de atún o sardina.

‘Allí están esos son, los que le roban a la nación’, repite el pregón estudiantil en cada protesta frente a las instalaciones de la Asamblea. Servil sumisión a la voluntad omnímoda del Ejecutivo, del mismo modo con que el Órgano Judicial, sin sonrojo, revela que la dama que administra lo jurídico admite la cadena esclavista de los poderosos de turno, la Asamblea Nacional luce la grotesca máscara de una democracia de mentira. Un cuerpo colegiado que, en vez de ser orgullosamente popular, ha descendido a la escala subterránea, dándole las espaldas a las mayorías, para gusto y placer de las minorías expoliadores de la clase gobernante.

*PERIODISTA.